No puedo hacerlo todo (y tú tampoco)
¡Hola a todos, muchas gracias por estar aquí! 👋🏽 Después de un par de meses de vivir encerrada en mi oficina, me alegra poder regresar a compartir con ustedes... desde mi oficina. ¡Pero les aseguro no es lo mismo! Hoy saldré del estudio a una hora razonable. Iré a una cita con mi esposo. Al regresar, iré directamente a dormir. No estaré en el escritorio hasta la madrugada ni en sábado, mi día de descanso.
Me costó, pero hace unas cuantas semanas tuve que admitir que me equivoqué. No puedo hacer todo lo que creo que puedo hacer. Quizá te sirve si te cuento la historia.
(Sigue leyendo abajo del video).
En febrero inicié mis primeros cursos en el programa de Maestría en Divinidad en el programa hispano del Seminario Bautista del Sur (SBTS). Al principio había considerado una Maestría en Estudios Teológicos (es más corta y no requiere los idiomas bíblicos), pero después de revisar el plan de estudios —y de ser animada por varios amigos a no dejarme intimidar por el griego y el hebreo— me cambié al MDiv. Estaba muy emocionada. Siempre he disfrutado los estudios formales. Me gusta contar con un plan de estudios bien estructurado, ser evaluada regularmente, diseñar estrategias de repaso, memorizar tarjetas de vocabulario y entregar tareas en fechas determinadas. Mi esposo me animó en todo el proceso de inscripción a la maestría (lo cual me alegró mucho) y me aconsejó que tomara una sola materia para ver qué tal me iba con la carga académica (lo cual no me alegró nada).
Verás, yo quería tomar dos materias: griego e historia de la iglesia. Financieramente, tenía sentido. Cada periodo requiere una cuota de inscripción; entre más materias puedas tomar cada periodo, más dinero ahorrarás.
«¿Segura?», me preguntó Uriel.
«¡Sí! Yo creo que incluso en el próximo periodo puedo tomar tres materias, si elijo alguna no tan pesada. Pero empezaré con dos a ver cómo me va», dije con confianza.
La confianza se esfumó después de un par de semanas. Aunque financieramente tenía sentido, en todos los otros aspectos era una locura.
No solo tenía que llevar dos materias en la Maestría (una de las cuales implica aprender un idioma antiguo desde cero), sino hacerlo sin descuidar mi hogar, iglesia local y responsabilidades laborales. No importa lo cuidadosa que sea para no perder tiempo en distracciones: mi mente tiene límites, mi cuerpo tiene límites. No importa lo organizada que sea para tener mis fechas de entrega en orden: el día tiene 24 horas.
Las cosas no cupieron y pagué las consecuencias.
Por los últimos dos meses, era como si cerebro hubiera corrido un maratón cada día. Disfrutaba mis clases, pero era claro que pudiera haberlas disfrutado aun más si no estuviera corriendo de una cosa a otra todo el tiempo. Tuve que cancelar proyectos y salidas. El tiempo de descanso desapareció de mi agenda. Mis días me llevaban de la cama al escritorio a la cocina al escritorio y a la cama... una y otra vez.
Quizá te encuentras así también. Debes hacer algo al respecto. Esto es lo que yo hice:
Reconocer que me equivoqué: en mi orgullo me convencí de que podría hacerlo todo.
Pedir perdón al Señor y al prójimo que dañé con mi orgullo.
Decidir el siguiente paso. Cuando admití que no podía con dos materias la fecha para dar materias de baja sin penalización ya había pasado. Decidimos que terminaría la clase aunque eso significara seguir sacrificando tiempo de descanso por unas semanas más. Con todo, a partir del siguiente término, solo llevaré una clase a la vez.
Estar triste. Quería terminar mi maestría más rápido (y ahorrar dinero). No se podrá. Está bien sentirnos tristes porque las cosas no salieron como quisiéramos.
Estar alegre. La obediencia a Dios, incluso cuando implica el reconocer nuestros límites, trae gozo a nuestro corazón. Pídele a Dios que te ayude a verlo. En mi caso, lo que ganaré por tener más espacio para estudiar (descanso, aprendizaje más profundo) será mucho mejor que terminar rápido.
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