Usar palabras raras no te hace inteligente
Recuerdo muy bien la hora más larga de mi vida.
Fue en un grupo de lectura, por irónico que suene en este blog.
La buena noticia es que no estábamos leyendo; ni siquiera estábamos hablando de libros.
Resulta que a alguien se le ocurrió invitar a un recién graduado de filosofía (¿?). Creo que había escrito un libro o estaba por escribir uno. Pensé que la charla sería interesante y quería compartirla con aquellos que no habían podido asistir. Así que me ofrecí a transmitirla en vivo desde mi móvil.
Esta fue una de las pocas veces que me he arrepentido de mi generosidad.
Ahí estaba yo, justo frente al filósofo, apuntándolo con mi cámara del móvil. No había escapatoria. Una hora entera escuchándolo hablar de todo y de nada. Usando palabras tan extravagantes que ni siquiera las recuerdo. Lo que sí recuerdo bien es que quería estar en cualquier otro lado menos ahí.
Pero no podía moverme. Por respeto a la persona que entraba y salía de la transmisión en vivo… y por respeto al filósofo, claro.
Al finalizar su disertación, nos acercamos para despedirnos de tan eminente figura. Se intercambiaron algunos comentarios acerca de lo complejo de sus ideas.
“Es lo difícil de hablar de este tipo de conceptos con personas que no conocen sobre ellos”, dijo él.
Y mi bello esposo, bien honesto y sin rodeos respondió:
“Ese es el reto, ¿no? Es muy fácil hablar de cosas complejas sin que nadie lo entienda. Lo difícil es enseñar”.
Silencio. Total.
En los círculos donde me muevo (con teólogos y científicos), las palabras extravagantes son el pan de cada día. A todos nos fascina hablar de supralapsarianismo o de las repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas. Nos sentimos secretamente satisfechos cuando las personas a nuestro alrededor ponen cara de “no-entiendo-nada”. Somos inteligentes.
Pero saber palabras raras no nos hace inteligentes. Entender conceptos complejos tampoco nos hace eminencias. Ni siquiera saber aplicar estos conceptos a la vida diaria, creando en el laboratorio o disertando en una plataforma.
Lo que nos hace verdaderamente brillantes es poder explicar todo aquello que nos maravilla a las personas que no tienen idea de lo que estamos hablando.
“Si no puedes explicarlo de manera sencilla, no lo entiendes lo suficientemente bien”. ― Albert Einstein*
Estas palabras me recuerdan la enorme responsabilidad que tengo al enseñar. No importa si es en un salón de clases o en un artículo como este. Si quiero transmitir conocimiento, tengo que saber de lo que estoy hablando; y tengo que saberlo tan bien, que pueda explicar cada concepto incluso a un niño pequeño.
No se trata de asombrar con mis palabras, se trata de que otros se maravillen al darse cuenta de que pueden entender cosas que antes no habían visto.
La próxima vez que alguien se muestre indiferente por algo que a ti te parece completamente maravilloso, recuerda esto: el problema no está en el mensaje, sino en el mensajero (y a veces, claro, en la necedad del receptor).
Usa tus palabras para ayudar a otros a ver claramente aquello que te ha asombrado, no para humillarlos porque no pueden verlo todavía.
*Esta frase se atribuye a Einstein de manera popular, pero (hasta donde sé) no hay evidencia de que realmente lo haya dicho. Sea como sea (y no importa mucho quién lo haya dicho), la frase es buena y cierta.