Hermanos, dejen de usar este argumento contra la evolución

“Si evolucionamos del mono, dime, ¿por qué todavía hay monos?” 😏😏

Me ha tocado en más de una ocasión. Lanzan este argumento y sienten que tuvieron su momento “turn down for what”. Pero lo que han hecho es solamente demostrar que no saben absolutamente nada acerca de la teoría de la evolución que con tanta maestría pretenden refutar.

La teoría de la evolución no establece que el Homo sapiens venga de los primates que hoy habitan el planeta, sino de un ancestro en común (extinto, por cierto) con ellos.

En general, algo así. Puedes leer con más detalle aquí.

En general, algo así. Puedes leer con más detalle aquí.

No, yo no creo que el Universo se haya originado de manera espontánea ni que los seres humanos hayamos resultado de un montón de reacciones químicas al azar. Creo que hay un Creador y que ese creador tiene un propósito para su creación.

También creo firmemente que debemos estar “siempre preparados para presentar defensa ante todo el que [nos] demande razón de la esperanza que hay en [nosotros]” (1 Pedro 3:15), pero tenemos que hacerlo bien. No con argumentos que nos sacamos de la manga y no tienen ni sustento bíblico ni científico.

Nuestro mensaje es importante, el más importante de todos. Es de vida o muerte. Debemos ser diligentes y estar preparados, como dice Pedro. Cuando uno se prepara, estudia. Se informa con veracidad, no con los artículos que compartió la “tía Joaquina” en Facebook (con todo respeto, pero cómo hay cochinero en Internet).

Cuando fallamos en ser responsables heraldos del mensaje de verdad, lo manchamos. Y les dejaré con las palabras de Agustín, que mejor no lo puedo decir yo.

“Acontece, pues, muchas veces que un infiel conoce por la razón y la experiencia algunas cosas de la tierra, del cielo, de los demás elementos de este mundo, del movimiento y del giro, y también de la magnitud y distancia de los astros, de los eclipses del sol y de la luna, de los círculos de los años y de los tiempos, de la naturaleza de los animales, de los frutos, de las piedras y de todas las restantes cosas de idéntico género; en estas circunstancias es demasiado vergonzoso y perjudicial, y por todos los medios digno de ser evitado, que un cristiano hable de estas cosas como fundamentado en las divinas Escrituras, pues al oírle el infiel delirar de tal modo que, como se dice vulgarmente, yerre de medio a medio, apenas podrá contener la risa. No está el mal en que se ría del hombre que yerra, sino en creer los infieles que nuestros autores defienden tales errores, y, por lo tanto, cuando trabajamos por la salud espiritual de sus almas, con gran ruina de ellas, ellos nos critican y rechazan como indoctos. Cuando los infieles, en las cosas que perfectamente ellos conocen, han hallado en error a alguno de los cristianos, afirmando éstos que extrajeron su vana sentencia de los libros divinos, ¿de qué modo van a creer a nuestros libros cuando tratan de la resurrección de los muertos y de la esperanza de la vida eterna y del reino del cielo? Juzgarán que fueron escritos falazmente, pues pudieron comprobar por su propia experiencia o por la evidencia de sus razones, el error de estas sentencias. Cuando estos cristianos, para defender lo que afirmaron con ligereza inaudita y falsedad evidente, intentan por todos los medios aducir los libros divinos para probar por ellos su aserto, o citan también de memoria lo que juzgan vale para su testimonio, y sueltan al aire muchas palabras, no entendiendo ni lo que dicen ni a qué vienen, no puede ponderarse en su punto cuánta sea la molestia y tristeza que causan estos temerarios y presuntuosos a los prudentes hermanos, si alguna vez han sido refutados y convencidos de su viciosa y falsa opinión por aquellos que no conceden autoridad a los libros divinos.”

(Fragmento de Agustín, vía Keith Mathison, traducción obtenida aquí).

Nuestra ignorancia, cuando es acompañada de una actitud soberbia y poco enseñable, es tropiezo. No te digo que debamos saberlo todo, pero definitivamente no debemos actuar como si lo hiciéramos.

A veces es mejor responder como R. C. Sproul lo hizo cuando le preguntaron la edad de la Tierra: no sé. No saber no tiene absolutamente nada de malo.

En especial si realmente no sabes nada del tema del que se está hablando.

CienciaAna Ávila