El egocentrismo no siempre se ve como tú piensas

Piensa en una persona egocéntrica. Quizá es alguien que conoces en la vida real o un personaje de televisión. Si no se te ocurre nadie en específico, imagínate a una persona egocéntrica. ¿Qué ves?

Quizá viene a tu mente alguien que habla mucho acerca de sus logros o que se atraviesa hasta el primer lugar de la fila sin importarle el tiempo de espera de los demás. Tal vez recuerdas aquella vez en la que quisiste compartir tu lucha con un amigo y de algún modo la conversación terminó siendo acerca de él.

Y sí. Eso es egocentrismo.

Pero esa no es la única forma en la que se ve el egocentrismo.

«No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás» (Filipenses 2:3-4; énfasis mío).

La vida de humildad es lo opuesto al egocentrismo. Una vida en la que mi mirada está puesta en el otro, no en mí mismo.

Hoy Dios me confrontó recordándome cómo suelo poner mi mirada en mí misma de una manera que no luce estereotípicamente egocéntrica: me paso la vida mirando mi insuficiencia en lugar de sirviendo a mi prójimo.

Vivo preocupada porque no entiendo suficiente.
Porque no sé suficiente.
Porque no he leído tal o cual libro.
Porque no tengo maestría y doctorado.
Vivo enfocada en mí.

Todo ese tiempo en el que busco mis propios intereses —en este caso, sentirme capaz— es tiempo que no paso viendo por el interés de mi prójimo, sirviendo a mi prójimo, amando a mi prójimo.

¿Qué tal tú? ¿Estás siendo egocéntrico sin darte cuenta?

 

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Vida CristianaAna Ávila