Rompí la cadena

Una de mis estrategias de productividad favoritas es el registro de hábitos. Me fascina concretar esas tareas que, a largo plazo, me llevarán a ser la persona que Dios me llama a hacer. Registro cosas como la lectura, el tiempo de trabajo de alta concentración e incluso el no pasar tiempo en YouTube a menos que me esté ejercitando.

En el pasado me había excedido registrando hasta dieciocho hábitos a la vez (algunos diarios, otros semanales). Hace unos meses, sin embargo, decidí bajar la marcha y solo registrar entre cuatro y seis hábitos. Registrar más de decena y media de hábitos era (obviamente) desgastante, pero incluso cuando bajé la marcha me costó ser tan constante como antes. Mientras que el año pasado podía mantener sin problema una racha de hábitos durante más de 150 días seguidos, ahora me costaba alcanzar apenas una semana sin fallar.

Con todo, perseveré. Me recordé a mí misma que no se trata de perfección, sino de permanencia. Seguí adelante y con alegría logré ser perfectamente constante por más de una semana. Seguí con diligencia paso a paso.

Hasta ayer.

Esta es la app que uso para registrar mis hábitos. Se llama Streaks.

Olvidé por completo mis hábitos. Fue un día difícil. Me costaba concentrarme y solo fui capaz de terminar dos de las actividades importantes que tenía planeadas (aunque, debo reconocer que fueron tareas demandantes que estoy feliz de haber completado). Antes de que me diera cuenta dieron las 6 de la tarde. Hice cena para los chicos, leí en voz alta con ellos, tuvimos nuestro devocional nocturno y luego recibí a una hermana de la iglesia para tener un tiempo de comunión. Limpié la cocina y me desplomé en la cama.

Al día siguiente caí en cuenta: perdí casi todas mis «rachas» de hábitos. Rompí la cadena.

Para los que no son demasiado obsesivos, esto no es nada dramático. Pensarán algo como: «¿Cuál es el problema? ¡Fuiste productiva! Supéralo».

Pero sé que algunos me entenderán. Me entenderán los que sufren cuando no logran tachar todas las tareas de su lista. Me entenderán aquellos que no hacen su devocional porque se despertaron un poco tarde y razonan que «con tanta distracción no se puede si no es exactamente a esa hora». Me entenderán los que sacan 90 en el examen y pasan horas torturándose sobre cómo lo pudieron haber hecho mejor.

Cuando los perfeccionistas «rompemos la cadena» tenemos dos opciones: (1) derrumbarnos ante el peso de la expectativa que nosotros mismos hemos puesto sobre nosotros o (2) seguir adelante reconociendo que nuestra imperfección nos recuerda lo dependientes que somos del Perfecto.

Hoy elegiré la segunda opción. ¿Me acompañas?