4 tentaciones al buscar la productividad

Este artículo fue publicado originalmente en Coalición por el Evangelio.

Los cristianos somos llamados a ser productivos. De eso no hay duda. Sin importar la clase de labores que realicemos cada día, somos llamados a utilizar lo que tenemos (mucho o poco) —nuestro tiempo, energía, talento— para la gloria de Dios y el bien de los demás. Somos llamados a trabajar cuando es tiempo de trabajar y descansar cuando es tiempo de descansar. 

Si has entendido este llamado a la productividad, probablemente has empezado a buscar sabiduría e implementar estrategias para aprovechar al máximo tus recursos. Eso es excelente; para obedecer debemos poner manos a la obra. Con todo, para obedecer con el corazón en el lugar correcto también debemos detenernos continuamente a reflexionar. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de caer en algunas trampas que provocan que la productividad sea distorsionada y se convierta en un ídolo, en lugar de ser la búsqueda de la gloria de Dios a través del buen uso de nuestros recursos.

Estas son cuatro tentaciones de las que debemos huir si buscamos la vida verdaderamente productiva.

(Sigue leyendo abajo del video).

1) Huye de enfocarte en las herramientas y no en tu carácter

Cuando queremos organizar nuestros pendientes y aprender a aprovechar nuestro tiempo de manera efectiva, solemos empezar descargando un montón de aplicaciones y viendo videos en YouTube sobre cómo planear la semana o priorizar nuestras tareas. Todo eso es muy bueno, pero no es lo más importante.

Una agenda o una aplicación para administrar pendientes no nos dará el discernimiento necesario para distinguir entre lo importante y lo trivial. Una herramienta para bloquear los sitios web que nos hacen perder el tiempo no nos dará el dominio propio para enfocarnos en la tarea que tenemos delante y realizarla con excelencia. Podemos (y debemos) utilizar los recursos que en su gracia Dios pone a nuestra alcance para minimizar nuestro acceso a todo aquello que nos hace pecar (después de todo, “si tu mano derecha te hace pecar, córtala y tírala”, Mateo 5:30). Pero no pretendamos que las herramientas de organización cambiarán nuestro corazón propenso a la pereza.

La buena noticia es que Dios es el más interesado en hacer Su obra en nosotros y promete completarla (1 Tes. 5:23-24). Pongámonos en las manos del alfarero a través de las disciplinas espirituales —la lectura de la Biblia, la oración, la comunión con la Iglesia, y más— para que nuestro carácter sea desarrollado y así podamos ser verdaderamente productivos.

2) Huye de pensar que la productividad se trata de ti

Parte importante de la productividad es aprender a valorar nuestro tiempo, atención, y energía más de lo que valoramos las cosas triviales de este mundo. Pero una persona verdaderamente productiva no solo valora su tiempo, atención, y energía, sino que valora el tiempo, la atención, y la energía de todo ser humano.

Ser una persona verdaderamente productiva involucra el crecimiento en nuestro carácter, pero esto no significa vivir absortos en nosotros mismos, ignorando a los demás. Todo lo contrario. Conforme Dios me hace más a la imagen de Cristo, cada vez más productivo, mi mirada se aparta de mí para enfocarse en la gloria de Dios y el bienestar de aquellos a quien Él me ha llamado a servir.

Si tu búsqueda de aprovechar al máximo tus recursos es una búsqueda egoísta, detente. Esa no es la verdadera productividad a la que Dios te está llamando. Dios te llama a amar, a entregarte a favor de otros, a morir a ti mismo. Sigue el ejemplo de tu Salvador.

3) Huye de la comparación con el vecino

“¿Cómo puedo saber si hice lo suficiente?”. Cuando hablamos de productividad, esa es una de las preguntas más comunes. Nos gustaría tener alguna especie de vara de medir o un examen al final de cada día para ver si cumplimos con el estándar de productividad personal diaria. Las cosas no funcionan así, ¡y gloria a Dios por ello! El Señor no ha creado robots para producir exactamente la misma cantidad de cosas de la misma manera.

Como en la parábola de los talentos (Mt. 25:14-30), todos nosotros hemos recibido distintos recursos que somos llamados a utilizar lo mejor que podamos. Imagina que el siervo que recibió los dos talentos hubiera estado mirando con recelo al que recibió cinco, afanado por ganar tantas monedas como él. ¡Qué desperdicio de energía! No, el siervo de los dos talentos se enfocó en hacer lo mejor que podía con lo que había recibido. Al regreso de su señor, presentó los frutos de su trabajo (dos talentos más de los que había recibido) y recibió exactamente la misma recompensa que el siervo que había ganado cinco talentos: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (v. 23).

Cuando reflexiones en tu productividad personal, no lo hagas comparándote con los logros del vecino. Tu productividad no tiene que lucir igual a la de alguien más. Pregúntate: “¿Hice lo mejor que pude con lo que Dios me confió hoy? ¿Cómo puedo crecer en fidelidad al Señor?”.

Al final de la carrera, sin importar lo exitosos que parezcan nuestros esfuerzos a los ojos de los hombres, escucharemos “siervo bueno y fiel”. Esto no será por nuestras obras, sino por las obras del Siervo Perfecto que vivió irreprochablemente y colgó en el madero en nuestro lugar.

4) Huye de colocar tu identidad en lo mucho que logras y no en el evangelio

Para muchos de nosotros, la búsqueda de productividad es una especie de montaña rusa. Cuando todas las tareas han sido completadas al final del día, nos sentimos en las nubes. Cuando perdimos tiempo y nuestros planes se desmoronaron, sentimos que caemos en picada hacia el fracaso. Repite esto durante semanas y semanas… no es de extrañar que acabemos mareados, agotados, y con ganas de abandonarlo todo.

Los cristianos deseamos agradar a Dios y utilizar nuestros recursos de la mejor manera para su gloria y el bien de nuestro prójimo. Es correcto gozarnos cuando vemos los frutos de nuestras labores. Y es apropiado entristecernos para arrepentimiento cuando pecamos de pereza. Pero, si entendemos el evangelio, reconocemos que nuestra identidad no descansa en nuestros días buenos o en nuestros días malos. Nuestra identidad descansa en la roca que es Cristo Jesús.

Cuando tengo un buen día de productividad personal, me regocijo en el Señor porque me permite servirle. Cuando tengo un mal día de productividad personal, me arrepiento delante de Dios por mi pecado y hago los cambios necesarios para seguir caminando con fidelidad. Pero ni los días buenos ni los días malos me definen. No me siento más digna delante de Dios cuando logro muchas cosas, ni me siento menos digna cuando fallo en completar alguna. Soy lo que soy delante del Padre en los méritos de Cristo y nada más. Ese es el evangelio.

La búsqueda de la verdadera productividad surge de un corazón que busca glorificar a Dios por todo lo que ya ha recibido. No somos productivos para recibir más o por miedo a perder lo que Cristo nos ha dado. El evangelio nos enseña que somos libres para trabajar duro y para descansar. Somos libres para ser productivos.


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Productividad, LibrosAna Ávila