Necesitas dormir. Supéralo. 😴

«Estaba en medio de la capacitación y casi me duermo», escribió mi amiga. «Soy un fracaso».

Mi respuesta (que ya es casi automática en este tipo de casos) fue la siguiente: «¿A qué hora te fuiste a acostar anoche?».

Después de algunos stickers avergonzados, me llegó otro mensaje: «A las 12 y pasaditas».

«No eres un fracaso», concluí. «Eres un humano».

Queremos no tener límites.
Queremos no tener que ser humanos.

A nadie le gusta la idea de pasar un tercio de su vidas inconsciente. (Bueno, a casi nadie. Este email no es para los perezosos que describe Proverbios 6:9. A ellos les diría: «Necesitas levantarte de la cama. Supéralo»). Hay mucho que hacer. Trabajar, estudiar, mantener la casa, ver series, navegar en redes sociales, salir con amigos, hacer ejercicio y mucho más. ¿Cómo se supone que nos alcancen 24 horas para hacer todo eso?

[20 horas después]

Déjame confieso algo: ayer empecé a escribir esta nota desde mi cama. ¿Por qué? Me tomé «una pausa» de mis labores porque no me sentía bien. Nota que «una pausa» está entre comillas: a pesar de que era tiempo de descansar para que mi cuerpo pudiera recuperarse, me puse a escribir desde la cama.

Es más fácil dar consejos que seguirlos.

Volviendo al tema:

No nos gustan nuestros límites. Nos hacen sentir débiles e incapaces. Uno de los límites que más nos gusta «brincarnos» es el descanso. Queremos desvelarnos y tener energía para trabajar por la mañana. Queremos trabajar 7 días a la semana (tanto dentro como fuera de casa) y tener una relación profunda con nuestros familiares. Queremos pasar todo el día saturando nuestra mente de contenido y tener espacio para la creatividad.

Queremos no tener límites. Queremos no tener que ser humanos.

Así no funcionan las cosas. No es un accidente que Dios nos haya diseñado como criaturas con necesidades básicas de sueño, alimentación, hidratación, movimiento, socialización y demás. Cada una de estas necesidades son un recordatorio de nuestra dependencia. Necesitamos de cosas externas a nosotros para seguir funcionando. Necesitamos pausa. Necesitamos personas. Por sobre todo, necesitamos a la fuente que suple cada uno de estos menesteres: necesitamos a Dios.

La próxima vez que sientas que no puedes mantener los ojos abiertos en medio del día, pregúntate: ¿Cómo estoy descansando? ¿Qué dicen mis hábitos de reposo acerca de mi dependencia (o intento de independencia) de Dios? ¿Cómo puedo mejorar mi sueño hoy?

No tengo que hacerlo todo hoy. Lo que sí debo hacer cada día — porque así me diseñó Dios— es descansar. Que nuestro reposo sea para Su gloria.

“Por demás es que os levantéis de madrugada,
y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores;
pues que a su amado dará Dios el sueño” (Salmos 127:2).

Ana Ávila